Era mayo del año 1969 cuando el descontento popular se hizo sentir en las calles de la ciudad de Córdoba. Una vez más, como tantas desde 1955, un gobierno dictatorial avanzaba sobre los derechos del pueblo. Eran en este caso derechos sociales, como antes habían sido cercenados los políticos, proscribiendo al partido de mayor identificación con los sectores populares; los sindicales, con la intervención de los gremios, y los estudiantiles, con la intervención de las universidades, todo ello mantenido a fuerza de represión y persecución policial y militar. El régimen dictatorial conocido como "Revolución Argentina" respondía así al objetivo imperialista y oligárquico de desmontar las conquistas conseguidas por las clases populares a partir de 1943 y durante esa época de oro a la que los trabajadores deseaban regresar.
En esos días de mayo del 69' confluyeron distintas luchas. La represión, los sindicatos intervenidos, los sueldos congelados, los despidos arbitrarios, los problemas estudiantiles. Distintas clases sociales afectadas por el modelo político-económico antipopular: las clases bajas marginadas, la clase obrera desfavorecida, la clase media universitaria sitiada. Distintas ideologías: peronistas combativos y comunistas, Atilio López, Ongaro, Salamanca, Tosco, la gloriosa CGT de los Argentinos, todos portadores de ideas revolucionarias y populares. Todos entendieron que tenían un punto de encuentro: la lucha contra un régimen que propiciaba la explotación a los sectores populares en favor del capital internacional, la burguesía local y ciertos sectores "conciliadores", necesitando para ello acallar sus voces con el sonido de sus fusiles. Es así que jóvenes estudiantes y obreros industriales, invadidos por el mismo coraje que llevó en esos tiempos a los rebeldes del Mayo Francés o al heroico Che Guevara a levantarse contra la opresión, convirtieron a Córdoba en un campo de insurrección y resistencia, pero también en un faro de lucha para la juventud maravillosa que combatiría abiertamente al régimen apenas un año después, y para las juventudes venideras que no dejan de mirar con asombro y admiración la epopeya del mayo cordobés.
Llegamos a mayo del 2011. Situémonos apenas unos días atrás, en el pasado 25, o un año atrás, en los festejos populares de los 200 años de nuestra patria. O en el último 27 de octubre. Miles de personas hacen sentir su situación real, su progreso, su felicidad, su bienestar, saliendo a las calles a ser parte de movilizaciones multitudinarias, pacíficas, espontáneas, que impresionan hasta al más escéptico. Jubilados, obreros, empleados, docentes, jóvenes, artistas, intelectuales, todos aquellos que se sienten parte de un modelo de inclusión. Peronistas y progresistas, que se identifican con el campo popular más allá de doctrinas y pasados desencontrados. No es otra cosa que el resultado de ocho años de conquistas populares, que aún con asuntos pendientes y contradicciones, ha reconciliado al Estado y a la política con el Pueblo, al recuperar gran parte de sus derechos sociales, políticos y humanos, luego de la larga noche neoliberal a la cual sólo el imperio a través de sus organismos de crédito y sus socios de la oligarquía local quiere devolver a la Patria.
La Argentina de los 18 años de proscripción es la antítesis de la Argentina del Bicentenario. Mientras en aquella se perdían uno a uno los derechos de un pueblo que no podía más que resistir, en favor de los privilegios del capital, hoy se van recuperando gradualmente, provocando la reacción de las corporaciones mediáticas, sojeras, eclesiásticas y empresariales, que son las que hoy se ven limitadas a la resistencia. Aquellos reclamaban volver a la época anterior, nosotros nos negamos a dar un paso atrás. El grito sufriente de mayo del 69' no suena igual al llanto agradecido de octubre de 2010 o al canto alegre del pueblo en la Plaza del 25.
Sin embargo, hay algo que nos debe llevar a ese Cordobazo. Hay una lección que no podemos olvidar. Y es reconocer, valorar y reforzar esa lucha conjunta de sectores populares, que forjaron una unidad sin distinción de sector ni de ideología, o mejor dicho, siendo parte del campo popular, que es uno solo, y defendiendo banderas revolucionarias, que tienen como un mismo fin la justicia social y la liberación nacional. Sin perdonar ni olvidar a los explotadores, pero fortaleciendo la unidad de los que se sintieron durante tanto tiempo explotados. Ésa es nuestra tarea para que aquello que aún no se hizo se logre, y para que cada vez que el pueblo se vuelva a reunir, sea para festejar.
Con mayor claridad lo dijo un tal Agustín Tosco: “para que todos juntos, trabajadores, estudiantes, hombres de todas las ideologías, de todas las religiones, con nuestras diferencias lógicas, sepamos unirnos para construir una sociedad más justa, donde el hombre no sea lobo del hombre, sino su compañero y su hermano.”
Matías Sánchez. JP Evita La Matanza.
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