viernes, 26 de octubre de 2012

0 Distinto.



En medio de la multitud y con la frente sangrando. Dando vuelta el bastón para un lado y para el otro. Esas fueron las primeras imágenes, curiosas, llamativas, que vienen a mi mente sobre ese tipo desconocido que después de un par de años dramáticos venía a hacerse cargo del país. Uno de los anteriores, el riojano, había desistido de la segunda vuelta contra él. El último al que se había votado se fue en helicóptero. Y después las presidencias fugaces de unos cuantos dirigentes que se borraron rápidamente de mi memoria de pibe de 12 o 13 años. ¿Y con éste, qué pasaría? ¿Aquellas primeras imágenes quedarían apenas en otra anécdota?
Viajo, ahora, hasta el 29 de junio de 2009, “el día después” de la derrota. Un empresario colombiano, apoyado por otro empresario que ya gobernaba (en la Ciudad) y por una campaña mediática tan agobiante como vacía, ganaba las elecciones legislativas en nuestra provincia. Poco interiorizado estaba aún en la política; ni siquiera había votado por el Frente Para la Victoria. Sin embargo, algo me inquietó. Había leído mucho sobre peronismo, me apasionaba. Y de repente me di cuenta de que los que festejaban eran los mismos que descorcharon champagne en setiembre de 1955.
Volví para atrás. A lo que pasó desde el 2003 hasta ahí. “El campo”. Chau al FMI. No al ALCA. Juicio y castigo a los genocidas. Integración latinoamericana. Las AFJP y Aerolíneas en el Estado otra vez. Todo eso y no lo había visto, acostumbrado a ¿informarme? a través de los medios masivos.
Y cuando empiezo a abrir los ojos, esa que tantos llamaban “yegua” concretó la ley de medios, decretó la asignación universal por hijo, estatizó la transmisión de fútbol...Contra ella y él: los multimedios, los terratenientes, los empresarios, los simpatizantes de los genocidas...Ya no quedaba dudas de dónde tenía que estar. Tampoco quedaban dudas sobre de qué lado estaba el pueblo.
Por eso empecé a militar. Primero, para resistir el avance de la derecha (la verdadera, más allá de lo que escuchaba de boca de los pseudo-revolucionarios de la facultad sobre el "gobierno K") y defender las conquistas logradas; poco tiempo después, en ese año tan especial que fue el 2010, el del Bicentenario, para volver a tomar la iniciativa y continuar con este proceso de recuperación de la dignidad nacional, redistribución de la riqueza y ampliación de derechos.
Demás está decir que ese 27 de octubre de 2010 lo pasé llorando, con una tristeza que nunca esperé sentir por “un político”. Y el 28 firme, aguantando 8 horas de cola, para darle el último adiós, pero también para algo más. Era una oportunidad para los carroñeros que siempre acechan, escondidos detrás de tapas de diarios, cacerolas y fondos buitre. Desde sus editoriales instaban a la presidenta a la definitiva “conciliación”, es decir, a claudicar. Y algo de preocupación sentí. Ese flaco, ese líder nacional y latinoamericano, nos había dejado, se había ido.
Pero también nos había dejado a Cristina. A una gran compañera como presidenta. A la que mostró que tenía el coraje y la capacidad no sólo para sostener y terminar su mandato sino también para revalidarlo con una victoria aplastante hace ya un año. Entonces el "Gracias Néstor" iba acompañado necesariamente del “Fuerza Cristina”. Lo pensé cuando viajaba en colectivo a la Plaza. Lo sentí en los miles de jóvenes, trabajadores, jubilados que habían ido a lo mismo que yo. En muchos convencidos y en unos cuantos que hasta entonces dudaban.
Soy de los que empezaron a militar con Cristina. Pero eso no me impide extrañar a ese flaco que se le plantó a Bush, que cortó las cadenas con el FMI, que se bancó el paro de las 4 x 4 y el asedio de los medios, esos medios cómplices de los genocidas que empezaron a ir presos gracias a él también. Y conozco muy bien la falsedad de la distinción que algunos oportunistas intentan hacer entre estos dos grandes peronistas, la pareja más importante desde Perón y Evita.
Él nos llamó a militar, él empezó este proceso de reconstrucción del país, el luchó por unir Latinoamérica. Para muchos desinformados, o para algunos revolucionarios de cartón, habrá sido uno más. Para mí, y para todos los que mañana lo vamos a recordar, fue distinto. Para sus enemigos convencidos, a los que hizo temblar más de una vez, también. Como Rosas, como Yrigoyen, como Perón; como los pocos líderes que en nuestra historia se la jugaron por el pueblo.

Matías Sánchez. JP Evita La Matanza.

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