En medio de la multitud y con la frente
sangrando. Dando vuelta el bastón para un lado y para el otro. Esas fueron las
primeras imágenes, curiosas, llamativas, que vienen a mi mente sobre ese tipo
desconocido que después de un par de años dramáticos venía a hacerse cargo del
país. Uno de los anteriores, el riojano, había desistido de la segunda vuelta
contra él. El último al que se había votado se fue en helicóptero. Y después
las presidencias fugaces de unos cuantos dirigentes que se borraron rápidamente
de mi memoria de pibe de 12 o 13 años. ¿Y con éste, qué pasaría? ¿Aquellas
primeras imágenes quedarían apenas en otra anécdota?
Viajo, ahora, hasta el 29 de junio de 2009,
“el día después” de la derrota. Un empresario colombiano, apoyado por otro
empresario que ya gobernaba (en la Ciudad) y por una campaña mediática tan
agobiante como vacía, ganaba las elecciones legislativas en nuestra provincia.
Poco interiorizado estaba aún en la política; ni siquiera había votado por el
Frente Para la Victoria. Sin embargo, algo me inquietó. Había leído mucho sobre
peronismo, me apasionaba. Y de repente me di cuenta de que los que festejaban
eran los mismos que descorcharon champagne en setiembre de 1955.
Volví para atrás. A lo que pasó desde el 2003
hasta ahí. “El campo”. Chau al FMI. No al ALCA. Juicio y castigo a los
genocidas. Integración latinoamericana. Las AFJP y Aerolíneas en el Estado otra
vez. Todo eso y no lo había visto, acostumbrado a ¿informarme? a través de los
medios masivos.
Y cuando empiezo a abrir los ojos, esa que
tantos llamaban “yegua” concretó la ley de medios, decretó la asignación
universal por hijo, estatizó la transmisión de fútbol...Contra ella y él: los
multimedios, los terratenientes, los empresarios, los simpatizantes de los
genocidas...Ya no quedaba dudas de dónde tenía que estar. Tampoco quedaban
dudas sobre de qué lado estaba el pueblo.
Por eso empecé a militar. Primero, para
resistir el avance de la derecha (la verdadera, más allá de lo que escuchaba de
boca de los pseudo-revolucionarios de la facultad sobre el "gobierno
K") y defender las conquistas logradas; poco tiempo después, en ese año
tan especial que fue el 2010, el del Bicentenario, para volver a tomar la
iniciativa y continuar con este proceso de recuperación de la dignidad
nacional, redistribución de la riqueza y ampliación de derechos.
Demás está decir que ese 27 de octubre de
2010 lo pasé llorando, con una tristeza que nunca esperé sentir por “un
político”. Y el 28 firme, aguantando 8 horas de cola, para darle el último
adiós, pero también para algo más. Era una oportunidad para los carroñeros que
siempre acechan, escondidos detrás de tapas de diarios, cacerolas y fondos
buitre. Desde sus editoriales instaban a la presidenta a la definitiva
“conciliación”, es decir, a claudicar. Y algo de preocupación sentí. Ese flaco,
ese líder nacional y latinoamericano, nos había dejado, se había ido.
Pero también nos había dejado a Cristina. A
una gran compañera como presidenta. A la que mostró que tenía el coraje y la
capacidad no sólo para sostener y terminar su mandato sino también para
revalidarlo con una victoria aplastante hace ya un año. Entonces el
"Gracias Néstor" iba acompañado necesariamente del “Fuerza Cristina”.
Lo pensé cuando viajaba en colectivo a la Plaza. Lo sentí en los miles de
jóvenes, trabajadores, jubilados que habían ido a lo mismo que yo. En muchos
convencidos y en unos cuantos que hasta entonces dudaban.
Soy de los que empezaron a militar con
Cristina. Pero eso no me impide extrañar a ese flaco que se le plantó a Bush,
que cortó las cadenas con el FMI, que se bancó el paro de las 4 x 4 y el asedio
de los medios, esos medios cómplices de los genocidas que empezaron a ir presos
gracias a él también. Y conozco muy bien la falsedad de la distinción que
algunos oportunistas intentan hacer entre estos dos grandes peronistas, la
pareja más importante desde Perón y Evita.
Él nos llamó a militar, él empezó este
proceso de reconstrucción del país, el luchó por unir Latinoamérica. Para
muchos desinformados, o para algunos revolucionarios de cartón, habrá sido uno
más. Para mí, y para todos los que mañana lo vamos a recordar, fue distinto.
Para sus enemigos convencidos, a los que hizo temblar más de una vez, también.
Como Rosas, como Yrigoyen, como Perón; como los pocos líderes que en nuestra
historia se la jugaron por el pueblo.
Matías Sánchez. JP Evita La Matanza.
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