Qué difícil hablar de lealtad peronista hoy, cuando algunos señores que no sólo se autodenominan peronistas sino también federales se sientan a la mesa de la corporación mediática, de la oligarquía latifundista y del empresariado liberal a conspirar y piden el fin de la profundización de las medidas redistributivas, a la que caracterizan como “crispación”. Que difícil, después de una década infame en la que la privatización, la represión, el endeudamiento, la corrupción y la sumisión al imperio que establece el modelo neoliberal se profundizaron en nombre del peronismo, con el apoyo de su aparato partidario y de gran parte del sindicalismo y de la fe inicial en el “salariazo” y la “revolución productiva” de sus bases populares.
Sin embargo, desde el 2003, a partir de los avances y luchas de un renacido movimiento nacional y popular, volvimos a encontrar motivos y fuerzas para recuperar ese valor tan importante que nos legaron el General y sus primeros descamisados.
Esos descamisados que por primera vez veían satisfechas sus necesidades básicas y reconocidos sus derechos elementales, no a través de la acción de partidos de izquierda que se arrogaban (y lo siguen haciendo) la representación del "proletariado", sino a partir de la llegada al poder de un hombre que comprendió que las necesidades más urgentes eran las que tenían los trabajadores, y que el crecimiento del país encontraba su clave en la satisfacción de las mismas.
Ese coronel que desde la antes inútil Secretaría de Trabajo y Previsión había conseguido el Estatuto del Peón, la extensión de las jubilaciones, la ley de indemnización por despidos, importantes mejoras salariales, la implementación del pago del aguinaldo y la creación de los Tribunales de Trabajo, ya era el “Coronel del Pueblo” y había hecho méritos suficientes para ser designado Ministro de Guerra y Vicepresidente del general Edelmiro Farrell.
Sin embargo, algunos sectores minoritarios y antipopulares pero poderosos política y económicamente empezaban a verlo como un enemigo de sus intereses: la oligarquía, los partidos políticos garantes de la conservación del orden social vigente y la siempre funcional izquierda marxista, que lo calificaba de “nazi-fascista”, todos ellos apoyados por el gran hermano del norte que veía amenazada su capacidad de injerencia en los asuntos argentinos. Dichas fuerzas, encabezadas por el enviado yanqui Spruille Braden, protagonizaron la Marcha de la Constitución y la Libertad que hoy bien podrían liderar Mariano Grondona y el temeroso Joaquín Morales Solá junto a Biolcatti, Magnetto y Julio Cobos.
La designación de un amigo de la familia Duarte como director de Correos y Telégrafos de la nación fue el pretexto para que sectores de las Fuerzas Armadas descontentos exijan la renuncia del Coronel a todos sus cargos. La detención, reclamada por sus opositores, se efectuó en octubre de ese tumultuoso 1945, siendo Perón trasladado a la isla Martín García, a la que también había sido llevado don Hipólito Yrigoyen tras su derrocamiento. Su regreso a Buenos Aires por motivos de salud fue simultáneo con las primeras reacciones de los trabajadores de todo el país que culminarían con una huelga general convocada por la CGT para el día 18.
Sin embargo, el pueblo no podía esperar. Ya desde las primeras horas del 17, miles de obreros constituyeron columnas que llegaron a la Plaza de Mayo a reclamar la liberación de Perón y la defensa de los derechos sociales obtenidos. El “aluvión zoológico” según la elite porteña, o el “subsuelo de la patria sublevado” para Scalabrini Ortiz, hizo tambalear al coronel Avalos, quien, resignado, solicitó a Perón (internado en el Hospital Militar) que calme, discurso en la plaza mediante, los ánimos de la población.
“Otra vez junto a ustedes, el hombre que ha sabido ganar el corazón de todos, el coronel Perón” lo presentó a la multitud el presidente Farrell, quien había actuado presionado por sus camaradas y ahora prestaba su apoyo a la futura candidatura de Perón. Primero se cantó el himno. A continuación, las palabras que quedaron en la historia.
“Hace casi dos años, desde estos mismos balcones, dije que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un patriota y la de ser el primer trabajador argentino. Hoy, a la tarde, el Poder Ejecutivo ha firmado mi solicitud de retiro del servicio activo del Ejército. Con ello he renunciado voluntariamente al más insigne honor al que puede aspirar un soldado: llevar las palmas y laureles de general de la Nación. Ello lo he hecho porque quiero seguir siendo el coronel Perón, y ponerme con este nombre al servicio integral del auténtico pueblo argentino.
Dejo el honroso y sagrado uniforme que me entregó la Patria, para vestir la casaca de civil y mezclarme en esa masa sufriente y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza de la Patria, e invito a todos los argentinos a sumarse para lograr la ansiada unidad. (...) Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción; pero desde hoy sentiré un verdadero orgullo de argentino porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Patria”.
La revolución peronista había comenzado. Nada sería igual en la historia de la patria, del pueblo, de los trabajadores, de los humildes, después de ese inolvidable 17 de octubre de 1945. Tampoco serían iguales las cosas para la oligarquía entreguista y el imperialismo. Hoy lo recordamos, con el desafío de ser realmente consecuentes, fieles, leales, a ese proyecto de país nacionalista, industrialista, redistributivo y antiimperialista que ese Coronel inició hace 65 años.
Matías Sánchez. JP Evita La Matanza.
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