En días en que la Patria se enfrenta a la oportunidad de continuar y profundizar este proceso de reparación histórica, se cumplen 35 años del comienzo de la etapa más negra de la historia de nuestro país. Un día que nos debe conducir a la reflexión, a repasar ese camino recorrido desde el nefasto 24 de marzo de 1976 hasta hoy, a evaluar qué hicimos y qué falta hacer para construir el país que queremos, pero también para evitar volver a ese infierno (o al de 2001), a ese país que no queremos volver a vivir.
Aquellos años en los que el poder se aseguró de que todo proyecto de cambio social quede enterrado, no sin antes demostrarle al resto de la sociedad las consecuencias de militar, de participar, de combatir, de opinar. De eso se encargó el sistema oficial-clandestino montado por las fuerzas de seguridad, aquellas a quienes ciertos sectores (minoritarios) de la política y la sociedad aún piden intervención en nombre del “orden" y la “seguridad”. Treinta mil compañeros desaparecidos, y con ellos los sueños y proyectos de un país justo e independiente.
Los gobiernos de Néstor y Cristina han tomado importantes decisiones con respecto a estos crímenes, con una firmeza y una convicción irreprochables. La anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, la reapertura de cientos de causas, la reforma de la Corte Suprema, fueron señales concretas de que la lucha del kirchnerismo por la justicia y los derechos humanos iban más allá del hecho simbólico de bajar dos cuadros. Los genocidas, ya en sus últimos años de vida, están siendo sometidos, no al “rencor” y al “revanchismo” como sus apologistas intentan hacer creer, sino a la Justicia. Las Madres, las Abuelas, los HIJOS, están viendo concretadas sus luchas históricas... (¿Cómo no iban a apoyar a Néstor y Cristina, entonces?)
Pero hay una gran deuda pendiente. La última dictadura no fue obra exclusiva del Partido Militar, acostumbrado a los cuartelazos “libertadores”. En ese genocidio participaron civiles, y de los más “calificados”. Es hora de empezar a desenmascararlos, y a juzgarlos como corresponde a cómplices de los años más tristes de nuestra historia reciente. El plan económico de la dictadura, el que desmanteló la industria nacional y nos condenó al endeudamiento eterno, con Martínez de Hoz a la cabeza, es el mejor ejemplo de la participación civil.
No limitemos nuestra mirada a los militares y policías. Recordemos, también, a quienes desde distintos sectores de la sociedad y la política acompañaron su proyecto. A los sacerdotes que bendijeron la tortura. A los empresarios que financiaron la entrega. A los medios de comunicación que encubrieron la masacre, lejos de notar “confrontación” en la situación nacional, viendo en ella una “total normalidad”. A los terratenientes que, lejos de hacer piquetes, se sumaron con entusiasmo a la defensa de los valores patrióticos que Videla y compañía decían representar. A todos ellos, que ayudaron a perseguir, a secuestrar, a torturar, a violar, a matar, a desaparecer, a robar niños, beneficiándose de todo este sistema organizado de represión. A todos ellos, ni olvido ni perdón. Porque siguen entre nosotros, siguen haciendo usufructo de ese poder mal habido, siguen defendiendo lo indefendible, ocultando lo inocultable, mintiendo y conspirando contra el pueblo. Pero parecen olvidarse que nosotros no olvidamos ni perdonamos, y también vamos a seguir, en la lucha por la memoria, la justicia y la verdad.
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