“Nada ni nadie me
impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia, luchando junto a los pobres por su
Liberación. Si el Señor me concede el privilegio, que no merezco, de perder la
vida en esta empresa, estoy a su disposición.”
Proveniente de la
clase alta, quizá por aquella “culpa de clase” que llevó a tantos jóvenes de
sectores sociales tradicionalmente antiperonistas a adherir a los ideales
nacionales, populares y revolucionarios, Carlos Mugica Echagüe eligió dar la
vida por los humildes, dejando de lado su prometedora carrera eclesiástica.
Nacido el 7 de
octubre de 1930, en 1949 inició la carrera de Derecho, pero un año después
realizó un viaje a Europa en el que empezó a madurar su vocación, ingresando al
seminario en 1952 y ordenándose sacerdote en 1959. Fue en esos últimos
cincuenta cuando se vio en medio de la alegría sacerdotal por el fin de la “tiranía”,
fin que tuvo a la Iglesia Católica como uno de los principales responsables.
Ya en los sesenta, en
un contexto de fuertes cambios ideológicos que incluyeron también a la Iglesia,
diferentes circunstancias lo acercaron a Mario Firmenich, Fernando Abal Medina
y Carlos Ramus, alumnos del Nacional Buenos Aires, militantes de la Juventud
Estudiantil Católica, (de la que él era asesor espiritual) y futuros fundadores
de Montoneros, con quienes compartió una inolvidable excursión a Santa Fe y de
quienes se alejaría más tarde, por su opinión contraria a la violencia.
Un viaje al Chaco, en
el que vio en primera persona la injusticia social y la miseria, marcó un antes
y un después en su vida. El peronismo y las ideas y luchas del Che Guevara y
Camilo Torres configuraron la ideología popular y revolucionaria de Mugica.
Seguramente su amistad con el padre Concatti, fundador del Movimiento de
Sacerdotes para el Tercer Mundo, al que adhirió durante un viaje a París, y su
visita a Perón en Madrid en el ’68, fueron decisivos.
Desplazado de su
cargo en un colegio de monjas, al regresar de Europa aceptó hacerse cargo de
una nueva capilla, a la que significativamente denominaría Cristo Obrero,
abierta en la Villa 31 de Retiro. Al mismo tiempo colaboraba con su amigo, el
padre Vernazza, y dictaba clases en la universidad, todo ello con la férrea
compañía de Lucía Cullen.
Sospechado por sus
ideas revolucionarias, su cercanía a los fundadores de las organizaciones
guerrilleras y su defensa del padre Carbone (arrestado tras el ajusticiamiento
de Aramburu), y mirado con recelo por la cúpula eclesiástica (encabezada por el
arzobispo Aramburu), abiertamente reaccionaria y antiperonista, Mugica fue
arrestado.
Luego del aluvión
popular de principios del ’73, Mugica escribió su libro “Peronismo y
Cristianismo” y fue designado asesor del Ministerio de Bienestar Social, aquel
nido de macartistas rejuntados por López Rega, del que el sacerdote rápidamente
se alejó.
El avance de la
derecha en el gobierno peronista tuvo a Mugica como blanco predilecto desde el
comienzo. Se destruyeron copias del disco “Misa Para el Tercer Mundo”,
compuesto por él, y la revista lopezreguista “El Caudillo” lo señaló como parte
de esa izquierda “infiltrada” en el Movimiento Peronista.
Te damos gracias, porque
hay hombres que dan su vida en la revolución. Te damos gracias Señor…
El 11 de mayo de 1974
un sicario enviado por la Triple A asesinó al cura de los pobres de cinco tiros
en el abdomen y el pulmón y uno en la espalda, como todo traidor, a la salida
de la misa en la iglesia San Francisco Solano de Villa Luro. Descaradamente, se
inculpó del asesinato a la izquierda peronista. Sepultado inicialmente en
Recoleta, muchos años después sus restos fueron trasladados a la misma parroquia
en la que predicaba por los humildes y por el cambio social.
Creyentes o no,
diremos igualmente que Mugica seguramente estará en el cielo, o más bien, en el
panteón de luchadores populares, muy cerca de Eva Duarte, Rodolfo Walsh y
Ernesto Guevara.
Matías Sánchez. JP
Evita La Matanza.