martes, 29 de junio de 2010

0 APUNTES Y NOTAS SOBRE CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD 2 DE 3.


Un Poco de Historia para no olvidar.
En los años (1976-1983),  del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” (1976-1983), el gobierno formado por la junta militar impulsó la persecución, el secuestro y el asesinato de manera secreta y sistematizada de personas por motivos políticos y religiosos en el marco de lo que se conoce como la Guerra Sucia, cuyas  prácticas eran comunes a todas las dictaduras de América Latina en el marco de la Operación Cóndor en Sudamérica y la Operación Charlie en Centroamérica. El Gobierno de facto  toma como mecanismo este método porque al  suprimir de todo derecho: al no existir cuerpo del delito se garantiza la impunidad, el desconocimiento impide a los familiares y la sociedad realizar acciones legales, infunde terror en las víctimas y en la sociedad,  mantiene separados a los ciudadanos en su accionar frente al Estado. La desaparición es lo que vuelve a los  opositores del la dictadura   personas que pueden ser asesinadas impunemente.
La táctica militar de hacer desaparecer a los opositores es un método represivo que se basa fundamentalmente en la producción de
desconocimiento. Por eso, saber que pasó, recuperar la memoria y exigir la verdad, se volvieron reclamos principales de las víctimas y de las organizaciones de derechos humanos. Una de las consignas que refleja esta preocupación, cantada en las marchas de protesta contra el gobierno militar, decía: ¡Los desaparecidos, que digan donde están! La desaparición de personas como método represivo fue introducida en la Argentina por la escuela militar francesa desde los últimos años de la década del 1950, transmitiendo las tácticas militares que habían utilizado y perfeccionado durante la guerra de independencia de Argelia. A partir de la década del 60 se generalizó a través de la Escuela de las Américas.
Durante la década del 70
la Argentina fue convulsionada por el  terror que provenía  desde la extrema derecha. El 24 de marzo de 1976 poseían el poder y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos.
La dictadura militar produjo la más grande tragedia de nuestra historia, y la más salvaje. Y, si bien debemos esperar de la justicia la palabra definitiva, no podemos callar ante lo que hemos oído, leído y registrado; todo lo cual va mucho más allá de lo que pueda considerarse como delictivo para alcanzar la tenebrosa categoría de los crímenes de lesa humanidad. Con la técnica de la desaparición y sus consecuencias, todos los principios éticos que las grandes religiones y las más elevadas filosofías erigieron a lo largo de milenios de sufrimientos y calamidades fueron pisoteados y bárbaramente desconocidos.
Los operativos de secuestro manifiestan la precisa organización, a veces en los lugares de trabajo de los señalados, otras en plena calle y a la luz del día, mediante procedimientos ostensibles de las fuerzas de seguridad que ordenaban «zona libre» a las comisarías correspondientes. Cuando la víctima era buscada de noche en su propia casa, comandos armados rodeaban la manzanas y entraban por la fuerza, aterrorizaban a padres y niños, a menudo amordazándolos y obligándolos a presenciar los hechos, se apoderaban de la persona buscada, la golpeaban brutalmente, la encapuchaban y finalmente la arrastraban a los autos o camiones, mientras el resto de comando casi siempre destruía o robaba lo que era transportable. De ahí se partía hacia algún Centro Clandestino de Detención y Extermino.
De este modo, en nombre de la seguridad nacional, miles y miles de seres humanos en su - mayoría Peronistas -, generalmente jóvenes y hasta adolescentes, pasaron a integrar una categoría tétrica y fantasmal: la de los Desaparecidos.
Arrebatados por la fuerza, dejaron de tener presencia civil. ¿Quiénes exactamente los habían secuestrado? ¿Por qué? ¿Dónde estaban? No se tenía respuesta precisa a estos interrogantes: las autoridades no habían oído hablar de ellos, las cárceles no los tenían en sus celdas, la justicia los desconocía y los “habeas corpus” sólo tenían por contestación el silencio. En torno de ellos crecía un ominoso silencio. Nunca un secuestrador arrestado, jamás un lugar de detención clandestino individualizado, nunca la noticia de una sanción a los culpables de los delitos. Así transcurrían días, semanas, meses, años de incertidumbres y dolor de padres, madres e hijos, todos pendientes de rumores, debatiéndose entre desesperadas expectativas, de gestiones innumerables e inútiles, de ruegos a influyentes, a oficiales de alguna fuerza armada que alguien les recomendaba, a obispos y capellanes, a comisarios. La respuesta era siempre negativa.
En cuanto a la sociedad, se arraigaba  la desprotección, el temor de que cualquiera, por inocente que fuese, pudiese caer en aquella infinita caza de brujas, apoderándose de unos el miedo  y de otros una tendencia consciente o no, a justificar el horror: «Por algo será» “En que andará”, se murmuraba en voz baja, como queriendo señalar una complicidad dirigiendo   miradas parias, a los hijos o padres del desaparecido .Aun así sentimientos  vacilantes, porque se sabía de tantos que habían sido tragados por aquel abismo sin fondo; porque la seudo  lucha contra los “subversivos”, se había convertido en una represión demencialmente generalizada, porque el epíteto de subversivo tenía un alcance tan vasto como imprevisible. También debemos decir que fueron muchos los civiles que colaboraron con la infamia no podemos olvidarnos de
la Sociedad Rural Argentina, la Unión Industrial Argentina, algunos periodistas, gremialistas entregados al poder, artistas, etc.,  con sus notas, fotos saludando y expresando sus deseos de éxitos a ese “gobierno”, el silencio también fue cómplice, la clase acomodada dueños de grandes empresas y beneficiarios de saqueos también fueron cómplices.
Todo era posible: desde gente que propiciaba una revolución social hasta adolescentes sensibles que iban a villas-miseria para ayudar a sus moradores. Todos caían en la redada: dirigentes sindicales que luchaban por una simple mejora de salarios, muchachos que habían sido miembros de un centro estudiantil, periodistas que no eran adictos a la dictadura, psicólogos y sociólogos por pertenecer a profesiones sospechosas, jóvenes pacifistas, monjas y sacerdotes que habían llevado las enseñanzas de Cristo a barriadas humildes. Y amigos de cualquiera de ellos; y amigos de esos amigos, gente que había sido denunciada por venganza personal y por secuestrados bajo tortura: Todos inocentes.
Desde el momento del secuestro, la víctima perdía todos los derechos; privada de toda comunicación con el mundo exterior, confinada en lugares desconocidos, sometida a suplicios infernales, ignorante de su destino mediato o inmediato, susceptible de ser arrojada al río o al mar, con bloques de cemento en sus pies, o reducida a cenizas; seres que sin embargo no eran cosas, sino que conservaban atributos de la criatura humana: la sensibilidad para el tormento, la memoria de su madre o de su hijo o de su mujer, la infinita vergüenza por la violación en público; seres no sólo poseídos por esa infinita angustia y ese supremo pavor, sino, y quizás por eso mismo guardando en algún rincón de su alma alguna esperanza.

Dina Cardoso. JP Evita La Matanza.
Sobrina
de AVELINO BAZAN. DETENIDO DESAPARECIDO DE JUJUY 1978. 

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